martes, 6 de octubre de 2015

INÉS


Inés se pone de pie junto a la cama, desliza su mano derecha sobre los músculos lumbares y la detiene antes de llegar a los glúteos. Separa sus piernas a una distancia no mayor a la de sus hombros. Inhala profundamente y en el soltar del aire inclina medio cuerpo hacia el frente mientras flexiona las rodillas, que traquean en aquella acción. Saca sus glúteos hacia atrás, bajando poco a poco hasta tocar el colchón, todo en un movimiento coordinado y armónico.
En aquella posición Inés dirige su mirada hacia el espejo del peinador que tiene al frente. Inclina su cabeza hacia el costado derecho y retira su mano de la espalda, la lleva hasta su rostro. Recorre en el espejo la imagen reflejada de su cuerpo. Mira sus ojos verdes cubiertos por la piel derrumbada de sus parpados, cada mancha en su iris es infinita: como el cosmos. Su dedo índice acaricia una de sus pecas, muestra del susurro del sol, pero enfoca su mirada hacia el dedo y detalla su piel rojiza como las arenas, enfoca la uña de un amarillo opaco con grietas. No observa más, esconde el dedo empuñando la mano y de su nariz brota un aire frío.
Observa sus labios, dos delgadas líneas pálidas enmarcadas con arrugas, sonríe, pensando que son como una huella en la luna: eternas exhibicionistas de un viajar. Desenfoca la mirada de su rostro y ahora la centra en su postura, es pequeña la imagen que se refleja pues ya el tiempo le pesa, sobre su espalda encorvada carga los recuerdos de su historia.  Piensa en la muerte y le pide un plazo más.

Sandy Tatiana Salgado Soto 

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