martes, 6 de octubre de 2015

INÉS


Inés se pone de pie junto a la cama, desliza su mano derecha sobre los músculos lumbares y la detiene antes de llegar a los glúteos. Separa sus piernas a una distancia no mayor a la de sus hombros. Inhala profundamente y en el soltar del aire inclina medio cuerpo hacia el frente mientras flexiona las rodillas, que traquean en aquella acción. Saca sus glúteos hacia atrás, bajando poco a poco hasta tocar el colchón, todo en un movimiento coordinado y armónico.
En aquella posición Inés dirige su mirada hacia el espejo del peinador que tiene al frente. Inclina su cabeza hacia el costado derecho y retira su mano de la espalda, la lleva hasta su rostro. Recorre en el espejo la imagen reflejada de su cuerpo. Mira sus ojos verdes cubiertos por la piel derrumbada de sus parpados, cada mancha en su iris es infinita: como el cosmos. Su dedo índice acaricia una de sus pecas, muestra del susurro del sol, pero enfoca su mirada hacia el dedo y detalla su piel rojiza como las arenas, enfoca la uña de un amarillo opaco con grietas. No observa más, esconde el dedo empuñando la mano y de su nariz brota un aire frío.
Observa sus labios, dos delgadas líneas pálidas enmarcadas con arrugas, sonríe, pensando que son como una huella en la luna: eternas exhibicionistas de un viajar. Desenfoca la mirada de su rostro y ahora la centra en su postura, es pequeña la imagen que se refleja pues ya el tiempo le pesa, sobre su espalda encorvada carga los recuerdos de su historia.  Piensa en la muerte y le pide un plazo más.

Sandy Tatiana Salgado Soto 

lunes, 5 de octubre de 2015

ELIZABETH.

A consecuencia, quizá, de la declaración de Leonardo de Prout, se cuestionaba la mujer, acerca de lo que había descubierto. Nunca antes alguien la había hecho dudar tanto de su consciencia, como lo estaba haciendo ahora Leonardo, leyendo un diagnostico que ella no creía posible.

Elizabeth había destinado su existencia al estudio del origen del todo y finalmente  había logrado descubrir el génesis de la existencia, logró comprender la conexión  de la mente humana con el Universo, basándose en teorías cuánticas y chamanistas en torno a la energía y el polvo.

Poseía la verdad y se sentía libre. Pero ahora se cuestionaba acerca de su realidad. No lograba entender por qué se encontraba en aquel Centro Psiquiátrico. Negaba el diagnostico de esquizofrénica. Nunca pensó que se distanciaría de la realidad, mucho menos que podría alucinar o delirar lo que había descubierto. Y aquella negación la tomaban los psiquiatras como un síntoma más.

Fue la divulgación de sus ideas las que la llevaron a aquel lugar. La familia se convenció de que poseía una lesión mental, consideraban sus ideas erróneas y fuera de lo normal. Condenaron su inteligencia.

Pero Leonardo sabía que ella no poseía ningún daño cerebral, la quería tener presa. No le convenía que se siguieran escuchando las ideas de Elizabeth.

Sandy Tatiana Salgado Soto