jueves, 17 de septiembre de 2015

UN NIRVANA ENCAÑONADO





Que interesante ver por el cristal de un autobús cuya transparencia está afectada por mi calor corporal y las gotas de agua que siguen posadas en este, causando que se empañe luego de la reciente lluvia, encaminado hacia mi hogar, a punto de llegar pero de pronto sentir la necesidad de permanecer en quietud como si algo me persuadiera a seguir sentado hasta el momento indicado.

De la nada como el vidrio empañado, mis ojos pierden la visión periférica poco a poco hasta dejar un  rango ínfimo de vista, como si el iris se hubiera reducido hasta simplemente ser una delgada línea rebordeando mi pupila, paralelamente mis otros sentidos se agudizan: con mi tacto capto mi presencia que en este estado empezaba a dudar; con mi oído escucho los murmullos de mi entorno, pero como en torre de babel, percibo cientos de dialectos diferentes que se intentan comunicarse entre sí  ignorándome pero aun así retumbando; con mi ya reducida visión solo diviso a las personas cuya mirada cruzan por momentos con la mía que devela sus auras, como luces de invierno titilando y finalmente perdiéndose en las sombras  de la nada los murmullos pierden el tono que poseían tomando un tinte de preocupación.

Siendo yo ignorante del suceso que provocara este repentino cambio, las luces cesan unos segundos, luego de lo cual diviso una última presencia pero con la peculiaridad de no titilar y desaparecer, se mantiene tenue y constante, llamando mi atención, dignándome a mirar lo único que veo son un par de pupilas oscuras rodeadas de un iris color miel y un exterior inyectado en sangre, esta esfera ocular no deja de tener un movimiento errático transmitiendo una sensación de inquietud, miedo e intranquilidad como si el poseedor de estos fuera asechado o perseguido por alguna entidad malévola. Percibo unos labios que junto con unos diente amarillentos empiezan a pronunciar a gritos un dialecto diferente pero más cercano al mío interpreto lo que me quiere dar a entender cómo una única y solitaria

- dámela, dámela, dámela, dámela,- Un haz de luz revela una mano señalando mi mochila que se encuentra posada en el asiento, el cual hace un breve instante habría dejado de ocupar de forma inconsciente como si el impulso que me mantuvo sentado hace poco me hubiera jalado hasta posarme en frente de este perturbado ente, un cese absoluto de murmullos hace notorias mis acciones.

De la nada su mirada se posa en la mía revelando el resto de su pútrida esencia, puedo ver un hombre caucásico con el pelo alborotado y señales de inanición en el rostro revolver en mano apuntando directamente a mi frente, él entiende que se enfrenta a un callejón sin salida y yo soy el muro que lo separa de su inusual empresa: escapar del sufrimiento, pero tan implacable como un Gandhi en su lucha por la paz mi mano se levanta en señal de súplica y mis ojos se cierran con incertidumbre dejándome finalmente ante la completa oscuridad.

Lo vi en su mirada, los dos sabemos lo que arriesgamos con las acciones que decidimos tomar y los caminos que decidimos transitar pero en la oscuridad total mi tacto y mi oído vuelven a la realidad solo para escuchar el movimiento errático del metal como si la mano poseedora del revolver dudara de su siguiente acción pero finalmente el sonido del gatillo siendo presionado y del martillo acompañante chocando con el fulminante girando el tambor mientras que la bala se desplaza por el cañón y simplemente traspasa los tejidos para agujerear el cráneo y dar paso a la muerte, mi cuerpo recibe peso y por mi piel se escurre un cálido líquido, mi mente se centra en la realidad, no sé qué está pasando ni por qué, no sé quién será el caído, él tampoco.

Seré yo o será la desequilibrada presencia que se enfrentaba a mí en una batalla de voluntad siendo el desenlace el mismo al que todos estábamos destinados, el silencio fue remplazado por un grito estridente seguido del tibio cañón del arma posado en mi mano izquierda, todo había terminado para uno de los dos, para el otro la vida seguiría  de la misma forma que la hubiera llevado antes del encuentro, pero con el tinte carmesí de la sangre que bañaría su conciencia  por el resto de la existencia.

La ironía es que este encuentro no fue forjado por los caminos que hayamos elegido tomar sino por los que fueron tomados sin intención, sin conciencia, acaso  fuimos encaminados por un enigma absoluto que guía al único resultado inevitable de la existencia.
Pensar que tuvo lugar dos calles pasadas mi parada, un bolso abandonado un asiento vacío y una marca imborrable, numerables traumas para los espectadores, son las consecuencias que agobia la vida del sobreviviente que hoy lleva la carga de dos exigencias que se cruzaron por casualidad en un nirvana compartido.


Juan Nicolás Sánchez.