Que interesante ver por el cristal de un autobús cuya transparencia está afectada por mi calor corporal y las gotas de agua que siguen posadas en este, causando que se empañe luego de la reciente lluvia, encaminado hacia mi hogar, a punto de llegar pero de pronto sentir la necesidad de permanecer en quietud como si algo me persuadiera a seguir sentado hasta el momento indicado.
De la
nada como el vidrio empañado, mis ojos pierden la visión periférica poco a poco
hasta dejar un rango ínfimo de vista, como si el iris se hubiera reducido
hasta simplemente ser una delgada línea rebordeando mi pupila, paralelamente
mis otros sentidos se agudizan: con mi tacto capto mi presencia que en este
estado empezaba a dudar; con mi oído escucho los murmullos de mi entorno, pero
como en torre de babel, percibo cientos de dialectos diferentes que se intentan
comunicarse entre sí ignorándome pero
aun así retumbando; con mi ya reducida visión solo diviso a las personas cuya
mirada cruzan por momentos con la mía que devela sus auras, como luces de invierno
titilando y finalmente perdiéndose en las sombras de la nada los murmullos pierden el tono que poseían
tomando un tinte de preocupación.
Siendo
yo ignorante del suceso que provocara este repentino cambio, las luces cesan
unos segundos, luego de lo cual diviso una última
presencia pero con la peculiaridad de no titilar y desaparecer, se mantiene
tenue y constante, llamando mi atención, dignándome a
mirar lo único que veo son un par de pupilas oscuras rodeadas de un iris color
miel y un exterior inyectado en sangre, esta esfera ocular no deja de tener un
movimiento errático transmitiendo una sensación de inquietud, miedo e
intranquilidad como si el poseedor de estos fuera asechado o perseguido por alguna
entidad malévola. Percibo unos labios que junto con unos diente amarillentos
empiezan a pronunciar a gritos un dialecto diferente pero más cercano al mío
interpreto lo que me quiere dar a entender cómo una única y solitaria
- dámela, dámela, dámela, dámela,-
Un haz de luz revela una mano señalando mi mochila que se encuentra posada en
el asiento, el cual hace un breve instante habría dejado
de ocupar de forma inconsciente como si el impulso que me mantuvo sentado hace
poco me hubiera jalado hasta posarme en frente
de este perturbado ente, un cese absoluto de murmullos hace notorias mis
acciones.
De la
nada su mirada se posa en la mía revelando el resto de su pútrida esencia,
puedo ver un hombre caucásico con el pelo alborotado y señales de inanición en
el rostro revolver en mano apuntando directamente a mi frente, él entiende que
se enfrenta a un callejón sin salida y yo soy el muro que lo separa de su inusual
empresa: escapar del sufrimiento, pero tan implacable como un Gandhi en su
lucha por la paz mi mano se levanta en señal de súplica y mis ojos se cierran
con incertidumbre dejándome finalmente ante la completa oscuridad.
Lo
vi en su mirada, los dos sabemos lo que arriesgamos con las acciones que decidimos
tomar y los caminos que decidimos transitar pero en la oscuridad total mi tacto
y mi oído vuelven a la realidad solo para escuchar el movimiento errático del
metal como si la mano poseedora del revolver dudara de su siguiente acción pero
finalmente el sonido del gatillo siendo presionado y del martillo acompañante
chocando con el fulminante girando el tambor mientras que la bala se desplaza
por el cañón y simplemente traspasa los tejidos para agujerear el cráneo y dar
paso a la muerte, mi cuerpo recibe peso y por mi
piel se escurre un cálido líquido, mi mente se centra en la realidad, no sé qué
está pasando ni por qué, no sé quién será el caído, él tampoco.
Seré
yo o será la desequilibrada presencia que se enfrentaba a mí en una batalla de
voluntad siendo el desenlace el mismo al que todos estábamos destinados, el
silencio fue remplazado por un grito estridente seguido del tibio cañón del
arma posado en mi mano izquierda, todo había terminado para uno de los dos,
para el otro la vida seguiría de la
misma forma que la hubiera llevado antes del encuentro, pero con el tinte
carmesí de la sangre que bañaría su conciencia
por el resto de la existencia.
La
ironía es que este encuentro no fue forjado por los caminos que hayamos elegido
tomar sino por los que fueron tomados sin intención, sin conciencia, acaso fuimos encaminados por un enigma absoluto que guía
al único resultado inevitable de la existencia.
Pensar
que tuvo lugar dos calles pasadas mi parada, un bolso abandonado un asiento
vacío y una marca imborrable, numerables traumas para los espectadores, son las
consecuencias que agobia la vida del sobreviviente que hoy lleva la carga de
dos exigencias que se cruzaron por casualidad en un nirvana compartido.
Juan Nicolás Sánchez.