Karen, después de una semana
de haber iniciado labores como sicóloga en una nueva empresa, recibió una carta
que decía lo siguiente:
“Me
voy a suicidar. Te cuento a ti pues no puedes hacer nada para evitarlo aunque
lo intentes. Perdóname por tomarme esta confianza, el tiempo que llevas en la
empresa no ha sido suficiente para conocernos, pero eso me convence de que vas a hacer lo que te voy a pedir, pues si se
lo digo a alguien cercano puede que entre en pánico y no actúe bien. En el sobre
anexo, hay unas instrucciones para que las sigas después de mi muerte. Por
favor, no te sientas obligada a hacerlo,
tú decides si quieres asumir este peso o no; lo que viene es importante para mí,
pero si optas por no abrirlo no importa.”
Era un día de poco trabajo.
La oficina que ostentaba en su entrada el título de “Jefe de personal” no había
sido visitada sino por un incauto que estaba extraviado en los laberínticos
pasillos del edificio y por el morbo que la persuadió de abrir la siguiente
carta.
“Sé
que eres fuerte, metódica e inteligente, además por no haber un lazo fuerte entre nosotros lo que
te voy a pedir no te va a doler tanto como a los que dicen quererme. Lo que
quiero es que seas tú la encargada de encontrar mi cuerpo y que luego no
permitas que mi familia me vea en el estado en el que voy a quedar. Tómalo como un trabajo extra, ayúdame a tratar el impacto emocional con ellos.
Junto
a esta carta vienen los datos necesarios para que me puedas hacer el favor, ahí
están mi dirección, las llaves del apartamento, el nombre, el horario de
llegada y hasta la foto de quienes viven conmigo. También suficiente dinero para cubrir tus honorarios. Debes llegar mucho antes que
mi esposa o mi hijo. Calculo que para el momento en que leas estas líneas ya
estaré muerto o por lo menos empezando a agonizar, por lo tanto si aceptas puedes
salir una vez termines de leer. Vivo aproximadamente a una hora de la oficina.
Si aceptaste, calcula los tiempos para llegar antes que mi esposa o mi hijo por
favor.
Gracias. Alberto.”
Las entrevistas para los candidatos a nuevo empleado de la International
Stendhal Company serían aplazadas. Sobre su fino escritorio de cedro quedarían
apilados en orden simétrico y estratégico los contratos ya aprobados, que aún no
tenían su firma.
- “Mañana va a ser
un día de mierda”- Pensó. Se
paró de su silla giratoria. De camino al ascensor le pidió a su secretaria que
cancelara todas sus citas. Mientras bajaba, los doce pisos que la separaban de
la ciudad, decidió que no iba a manejar, el tráfico la estresaría y un taxi la
llevaría de forma más rápida a su destino.
Dentro del taxi miró el resto del contenido del sobre.
Junto con unas llaves y un fajo de billetes encontró unas fotografías que al respaldo contenían las
siguientes notas:
“Ella
es mi esposa, su nombre es Helena, llega entre tres y media y cuatro de la
tarde para recibir a mi hijo. Ella es muy nerviosa y por su vida tan normal sin
sustos ni problemas, considero que es muy frágil, ella es tan perfecta y buena que un fuerte golpe
emocional la puede desestabilizar, por eso creo que no está preparada para el
dolor. Mi muerte la podría llevar a cometer una locura, por eso en lo que
llevamos de vida matrimonial, le he dado breves dosis de dolor, de sufrimiento
medido en pequeñas cantidades, pero no creo que haya sido suficiente como para
que haya adquirido el carácter que le ayude a controlarse en una situación como
la que viene, por eso necesito que en el momento de encontrarme tenga una
preparación preliminar, que alguien le dé la noticia y que además tenga el
valor y la formación profesional para confrontarla y ayudarla. Estoy seguro de
que tú eres la mejor.
En la otra fotografía decía:
“Él es
mi hijo, Alberto Junior, la ruta escolar lo
deja siempre a las cuatro de la tarde en
la portería; tiene sus propias llaves y como a veces mi esposa tarda un poco en
llegar puede que sea él quien tenga que
encontrarme tirado en mi cama, no me imagino como podría borrar esa imagen de
su mente y mucho menos qué podría llegar a hacer. Por favor, no permitas que me vea”.
El taxi se detuvo donde Karen le había indicado. Al
bajarse sacó unas llaves y se dispuso a abrir.
- Llegas temprano, ¿ocurrió algo en la empresa?- Le
preguntó su esposo mientras la veía quitarse los zapatos, tirar unos papeles en la basura y luego acostarse en el sofá.
- No amor, ninguna novedad- respondió-, decidí salir
temprano porque mañana va a ser un día difícil.
-¿A sí?- dijo su esposo- ¿por qué?
-Cosas de rutina- respondió- déjame dormir un rato, luego
me levanto para que salgamos a comer algo.
FIN.